El Último Engaño: La Venganza de las Estafadoras

En el bullicioso bar “El Ladrón de Corazones”, dos parejas llamaban la atención de todos los presentes. Clara y Laura, dos mujeres jóvenes y guapas, reían y conversaban animadamente con Diego y Marco, dos hombres jóvenes y apuestos. Todos vestían con elegancia y parecían tener una conexión especial, una que iba más allá de la simple amistad.

La historia de estos cuatro amigos se remontaba a varios años atrás, cuando Clara y Laura, expertas en el arte del engaño, intentaron estafar a Diego y Marco durante una partida de póker en un casino clandestino. Sin embargo, los hombres, también estafadores profesionales, se dieron cuenta rápidamente del truco. En lugar de enfrentarse, reconocieron en las mujeres una astucia y habilidad que igualaba la suya propia, lo que les llevó a una inesperada amistad.

En la mesa del bar, las risas fluían junto con las bebidas. Laura, con su cabello rojo y ojos verdes que brillaban con picardía, propuso continuar la fiesta en su apartamento. Clara, siempre con una sonrisa enigmática y su melena oscura cayendo sobre los hombros, apoyó la idea con entusiasmo. Diego, de cabello castaño y porte atlético, y Marco, rubio y de ojos azules, no dudaron en aceptar la propuesta.

Una vez en el elegante apartamento de Laura, la fiesta continuó con música suave y más bebidas. Pero a medida que pasaba el tiempo, Diego y Marco comenzaron a sentirse extrañamente mareados y aturdidos. Intentaron disimular, pero sus movimientos se volvieron lentos y torpes.

Laura y Clara intercambiaron una mirada significativa antes de dirigirse a los hombres. Clara, con una expresión de satisfacción, habló primero:

—¿Os sentís bien, chicos?

Diego intentó levantarse, pero sus piernas no respondían. —¿Qué… qué nos habéis hecho? —preguntó con voz débil.

Laura, con una sonrisa que no alcanzaba sus ojos, se inclinó hacia Marco. —Un poco de justicia poética —dijo suavemente—. Hace unos días nos dimos cuenta de que habíais intentado estafarnos. ¡A nosotras! ¿Pensasteis que no nos daríamos cuenta?

Clara continuó la explicación mientras los hombres luchaban por mantenerse conscientes. —Encontramos vuestro pequeño “regalo” en el bolso de Laura. Un paquete de cartas trucadas que planeabais intercambiar en nuestra próxima partida. Fue bastante ingenioso, pero subestimasteis nuestra atención al detalle.

Laura asintió. —Así que decidimos daros una lección. En las bebidas de esta noche añadimos un sedante suave. No os hará daño, pero os mantendrá fuera de combate el tiempo suficiente para que reflexionéis sobre vuestros errores.

Diego y Marco intercambiaron miradas de desesperación y resignación. Sabían que habían perdido esta ronda. Clara y Laura, satisfechas, se levantaron y comenzaron a recoger sus pertenencias.

—Os dejaremos descansar un rato —dijo Clara—. Y cuando despertéis, quizá recordéis que en este juego, nadie es infalible.

Laura lanzó una última mirada a los hombres antes de apagar las luces. —Buenas noches, chicos. Nos vemos en la próxima partida.

Y así, las dos mujeres salieron del apartamento, dejando atrás a dos estafadores que habían aprendido una valiosa lección sobre subestimar a sus iguales.

Laura y Clara dejaron a los hombres dormidos en el apartamento de Laura, apagaron las luces y se marcharon silenciosamente. La noche pasó lenta y pesada para Diego y Marco, atrapados en un sueño profundo y sin sueños.

Cuando finalmente despertaron, la luz del día se filtraba a través de las ventanas. Diego fue el primero en abrir los ojos, parpadeando contra la luz brillante. Se incorporó lentamente, con la cabeza todavía embotada. A su alrededor, el apartamento de Laura estaba inquietantemente silencioso y vacío. No había rastro de la fiesta de la noche anterior, ni de Laura y Clara.

—Marco, despierta —murmuró Diego, sacudiendo a su amigo—. Algo no está bien.

Marco se despertó con un gemido, frotándose los ojos y mirando a su alrededor con confusión. —¿Dónde están ellas? —preguntó, tratando de levantarse.

Diego negó con la cabeza, luchando contra la sensación de que algo estaba terriblemente mal. Ambos hombres se levantaron y comenzaron a inspeccionar el apartamento. Todas las pertenencias de Laura habían desaparecido: no había ropa en los armarios, ni objetos personales, ni muebles. Era como si nunca hubiera vivido allí.

Presos del pánico, Diego y Marco se apresuraron a salir del apartamento y se dirigieron a sus respectivos hogares. A medida que se acercaban a sus casas, la sensación de desasosiego crecía. Cuando Diego abrió la puerta de su apartamento, se quedó paralizado. La vivienda estaba completamente vacía. No había muebles, ni ropa, ni documentación. Todo había desaparecido.

Lo mismo le ocurrió a Marco. Su apartamento, una vez lujoso y lleno de objetos caros, estaba vacío. Los dos hombres se encontraron en el pasillo, mirándose con incredulidad y desesperación.

—Nos lo han quitado todo —dijo Diego en un susurro—. Todo nuestro dinero, nuestras pertenencias, nuestras identidades.

Marco asintió, su rostro pálido y sombrío. —Nos dieron una lección, pero esto… esto es demasiado.

Desesperados, trataron de contactar a sus amigos y conocidos en el mundo de los estafadores, pero no obtuvieron ninguna información sobre el paradero de Laura y Clara. Parecía que las mujeres habían desaparecido sin dejar rastro, llevándose todo lo que los hombres poseían.

Días se convirtieron en semanas, y las semanas en meses. Diego y Marco, despojados de sus antiguas vidas, intentaron reconstruirse desde cero. Sin embargo, la sombra de Laura y Clara siempre los perseguía. Sabían que nunca recuperarían lo que habían perdido, ni volverían a ver a las mujeres que habían logrado lo imposible: estafar a los estafadores.

Diego y Marco, aunque resentidos, no podían evitar admirar la maestría con la que habían sido derrotados.

Así, la vida continuó para ellos, marcada por una lección que nunca olvidarían: en el juego del engaño, siempre hay alguien más astuto esperando su momento para actuar.

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