La Guerra Fría de los Dos Mundos: La Carrera hacia Marte (Parte 8)

Mientras Lunaris sufría las consecuencias de la escasez de agua, la situación se volvía cada vez más desesperada. A pesar de que el agua era transportada desde otras ciudades lunares, no era suficiente para detener el deterioro de las plantas y granjas. La producción agrícola sufrió pérdidas significativas, afectando la alimentación y moral de los ciudadanos.

Irina Volkov, observando el daño en las granjas desde su oficina en la base militar, sentía la presión de tomar una decisión crítica. A pesar de la adversidad, no estaba dispuesta a ceder a las demandas terrestres.

—Debemos seguir adelante con nuestra misión —declaró en una reunión de emergencia con sus oficiales—. El viaje a Marte es nuestra única esperanza de asegurar un futuro para Lunaris.

Finalmente, llegó el día de la partida hacia Marte. En una operación cuidadosamente coordinada, casi 8,000 lunares de todas las ciudades subieron a bordo del Arca en transbordadores. Esta sorprendente cantidad de colonos era un testimonio de la determinación y ambición lunar.

Desde su oficina en la base de Nueva Lisboa, el espía terrestre infiltrado, conocido como Adrian Kane, observaba con asombro el embarque masivo. Sabía que esta información sería crucial para sus superiores en la Tierra.

—No esperábamos tantos colonos —informó a su contacto en la Tierra—. Esto cambia las reglas del juego.

Mientras tanto, en la Tierra, los líderes trabajaban incansablemente para adaptar un antiguo transbordador, el Astraeus, para el viaje a Marte. Este pequeño y obsoleto vehículo, una reliquia de las primeras misiones lunares, era su única esperanza.

La ingeniera jefe, la Doctora Elena García, explicó las modificaciones necesarias al comité de emergencia.

—El Astraeus no es adecuado para un viaje tan largo, pero es nuestra única opción. Instalaremos motores nucleares y sistemas de soporte vital, aunque los riesgos son altos. Además, llevaremos una impresora láser capaz de construir módulos habitables a partir del suelo marciano. Esto nos permitirá expandir nuestra base una vez lleguemos.

La Presidenta Amara D’Souza, consciente del peligro, aprobó el plan.

—Enviaremos a 500 colonos en el Astraeus. Es un número inferior al de los lunares, pero debemos establecer nuestra presencia en Marte lo antes posible.

Mientras tanto, la presencia de las naves terrestres alrededor del Arca aumentaba la tensión. Los líderes lunares no podían permitirse un retraso en su partida y estaban preparados para defender su misión.

En una videoconferencia de emergencia, Volkov se dirigió a la Presidenta D’Souza.

—Estamos listos para despegar. Sus maniobras son una violación de nuestro espacio aéreo. Les instamos a retirar sus naves inmediatamente, o nos veremos obligados a actuar.

D’Souza, firme en su postura, respondió:

—No podemos permitir que lleguen a Marte sin oposición. Retírense ahora o enfrentaremos las consecuencias.

En el espacio cercano al Arca, la situación era crítica. Las naves militares lunares y terrestres se encontraban cara a cara, con los cañones apuntados. Los pilotos, entrenados y nerviosos, esperaban órdenes.

A bordo de la nave insignia lunar, el Lunaris Prime, el Comandante Viktor Orlov daba instrucciones claras a su flota.

—Mantengan la formación. No abriremos fuego a menos que nos disparen primero. Pero estén preparados para defender el Arca a toda costa.

En la nave terrestre Aegis, el Capitán Ryan Hastings, nervioso pero resuelto, observaba las pantallas de radar.

—Estamos en una posición delicada —dijo a su tripulación—. No podemos permitir que el Arca despegue sin oposición, pero tampoco queremos iniciar una guerra.

Ambas flotas se mantuvieron en tensa confrontación, sus armas apuntando unas a otras mientras la tensión aumentaba. La atmósfera en ambas naves era densa, con cada segundo que pasaba sintiéndose como una eternidad. Los oficiales de ambos bandos se miraban fijamente a través de las pantallas de comunicación, sabiendo que cualquier movimiento en falso podría desencadenar un conflicto total.

De repente, una alarma sonó en el Lunaris Prime. Uno de los técnicos de radar detectó un pequeño movimiento en una de las naves terrestres.

—Capitán Orlov, la nave terrestre en la posición 3-5 está desviándose ligeramente hacia nuestra formación —informó el técnico.

Orlov mantuvo la calma y respondió con firmeza.

—Mantengan las posiciones. No respondan hasta que se confirme una agresión directa.

En el Aegis, el Capitán Hastings también notó el movimiento en su monitor.

—Todos los sistemas en alerta máxima. No disparen a menos que recibamos fuego.

La tensión seguía aumentando, las naves militares de ambos lados flotaban en una danza peligrosa, cada uno esperando que el otro hiciera el primer movimiento. Finalmente, Volkov, desde su base en Lunaris, tomó la iniciativa.

—Presidenta D’Souza, instamos nuevamente a que retiren sus naves y permitan que el Arca parta sin interferencias. Cualquier acción hostil será respondida de manera proporcional.

D’Souza, viendo que la situación estaba llegando a un punto crítico, consultó brevemente con sus asesores.

—El Arca no puede partir sin supervisión. No estamos dispuestos a arriesgar nuestra posición en Marte —respondió, firme.

Las naves seguían en sus posiciones, el tiempo parecía detenerse mientras el destino de dos mundos pendía de un hilo. El espacio vacío entre las dos flotas era una zona de alta tensión, donde cualquier chispa podría desatar una guerra.

La situación se mantenía al borde del conflicto, con el destino de ambos mundos pendiendo de un hilo. El Arca estaba lista para despegar, y las naves terrestres y lunares seguían enfrentadas en el espacio, cada una preparada para defender sus intereses hasta el final.

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