La Torre Neutral (parte 1)

En un mundo dividido por la brecha insalvable de los sexos, la humanidad había aprendido a vivir en un delicado equilibrio, un equilibrio construido sobre la desconfianza y la necesidad mutua. Hace más de dos siglos, el aumento de tensiones entre hombres y mujeres había desgarrado la sociedad, creando dos naciones diametralmente opuestas. Al norte, los hombres gobernaban tierras fértiles y prósperas, repletas de recursos y tecnologías avanzadas. Al sur, las mujeres se adaptaban a un territorio vasto pero árido, donde el desierto reclamaba gran parte del paisaje.

La división no solo era geográfica, sino también cultural y militar. Los hombres, con sus vehículos potentes y armas devastadoras, confiaban en la fuerza bruta y la tecnología para mantener su dominio. Las mujeres, en cambio, habían perfeccionado el arte del sigilo, la estrategia y la agilidad, utilizando con destreza espadas, cuchillos y estrellas en combate. Aunque poseían armas de fuego, preferían tácticas que resaltaran su entrenamiento superior en guerrilla.

A pesar de la aparente calma, los choques eran inevitables. Escaramuzas surgían de vez en cuando, recordatorios de que la paz era frágil y precaria. Sin embargo, había un vínculo que mantenía a ambas sociedades interdependientes: la necesidad de procrear. La incapacidad de aumentar la población sin el sexo contrario obligó a un acuerdo: la Nueva Creación.

Cada joven era asignado a una pareja del sexo opuesto basada en compatibilidades genéticas cuidadosamente calculadas. La procreación era obligatoria y regulada, sin espacio para la objeción. Cada emparejamiento se realizaba en la Torre Neutral, un edificio compartido donde hombres y mujeres ingresaban por lados opuestos, sin contacto previo hasta el momento crucial.

Cuando los mensajes llegaron, tanto Elías como Lía sintieron un escalofrío recorrer sus cuerpos. Para ambos, esta sería su primera vez. Elías, un joven del norte, había pasado su vida entrenando en tácticas militares y manejo de vehículos pesados, pero nunca había conocido a una mujer. Lía, desde el sur, había dedicado sus días a perfeccionar sus habilidades en combate cuerpo a cuerpo y sigilo, sin nunca haber visto a un hombre.

Elías se encontraba en su pequeño taller, ajustando un motor cuando el mensaje apareció en su pantalla. El holograma oficial, frío y sin emociones, le informó de su deber. Sabía que negarse no era una opción; la ley era clara. Al otro lado del mundo, Lía recibió su notificación mientras practicaba con sus cuchillos. El miedo y la incertidumbre la embargaron, pero el deber llamaba.

Ambos jóvenes emprendieron sus respectivos viajes hacia la Torre Neutral, acompañados por agentes de procreación que se aseguraban de que no intentaran huir. El trayecto estuvo lleno de silencios tensos y miradas ansiosas hacia el futuro incierto. Ninguno sabía qué esperar al llegar.

La Torre Neutral se alzaba imponente en el horizonte, una estructura de acero y cristal que simbolizaba la unión forzada de dos mundos. Elías y Lía ingresaron por sus respectivas entradas, pasando por largos corredores custodiados por guardias de ambos sexos. La atmósfera era pesada, cargada de la anticipación y el nerviosismo de aquellos que estaban a punto de encontrarse.

Finalmente, llegaron a la sala de procreación. Un vidrio tintado los separaba de los supervisores que observaban todo el proceso. La puerta se abrió y Elías entró primero, su corazón latiendo con fuerza en su pecho. Un momento después, Lía cruzó el umbral, sintiendo que sus piernas temblaban bajo ella.

Y entonces, se vieron por primera vez. La sala, fría y estéril, se desvaneció a su alrededor mientras sus miradas se encontraban. Habían oído historias del otro sexo, pero la realidad era diferente. Se enfrentaban a lo desconocido, a un futuro que ambos temían y que ninguno había escogido.

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