La sombra de Eldoria

En las vastas y olvidadas tierras de Eldoria, donde los susurros del viento cuentan historias de antiguos héroes y terribles bestias, habita una joven guerrera conocida solo como “La Sombra de Eldoria”. Su verdadero nombre se ha perdido en el tiempo, y su presencia es tan efímera como el rocío de la mañana.

Desde niña, un trauma oscureció su corazón, marcando su alma con un miedo profundo hacia los demás. Aquel incidente con un adulto, que debería haber sido su protector, la dejó con cicatrices invisibles que ningún sanador podía curar. Desde entonces, rechaza cualquier intento de conversación o amistad, convirtiéndose en una isla en un mar de soledad.

No se siente parte de ninguna tribu ni nación. Su hogar es el vasto territorio que conoce como la palma de su mano, un lugar donde los árboles susurran secretos y las rocas sirven de cómplices en su eterna vigilancia. Cualquiera que se atreva a adentrarse en su dominio se encuentra con una guerrera fantasmal; ella aparece sin previo aviso, ataca con una precisión letal y desaparece antes de que sus víctimas puedan siquiera comprender lo sucedido.

Su día a día es una danza solitaria de supervivencia y protección. Antes del amanecer, recorre su territorio, moviéndose con una gracia que desafía el silencio del bosque. Sus ojos, agudos como los de un halcón, no dejan escapar ningún detalle. Cada huella, cada rama rota, cada cambio sutil en el entorno es una historia que ella lee con facilidad.

No hay diálogo, no hay negociación. Para “La Sombra de Eldoria”, las palabras son armas que ya no puede permitirse usar. Su lenguaje es el de la naturaleza, el crujir de las hojas bajo sus pies y el zumbido del viento entre las ramas. Su inflexibilidad es su escudo, y su soledad, su espada.

A medida que el sol se pone, ella se retira a las sombras, desapareciendo en la penumbra como si nunca hubiera existido. Pero aquellos que conocen las leyendas de Eldoria saben que ella está ahí, vigilante, la eterna guardiana de un reino que no reconoce, pero que no puede dejar de proteger.

La guerrera, conocida como La Sombra de Eldoria, se encontraba en un paraje desconocido del bosque, un lugar donde los árboles parecían cerrarse sobre sí mismos y el aire estaba cargado de una tensión palpable. Había seguido el rastro de unos cazadores furtivos, pero en su empeño por no ser detectada, había caído en una trampa oculta entre la maleza. La red de cuerdas y madera la aprisionaba, suspendida entre dos árboles, y por más que luchaba, no lograba liberarse.

En ese momento de vulnerabilidad, cuando la frustración y el miedo comenzaban a apoderarse de ella, escuchó pasos acercándose. Preparada para enfrentar a su captor o a los cazadores, se sorprendió al ver a un joven desconocido, de mirada franca y sonrisa tranquilizadora. Sin decir palabra, él comenzó a trabajar en las cuerdas que la retenían, moviéndose con una destreza que hablaba de años de experiencia en el bosque.

Una vez en el suelo, La Sombra se puso en pie rápidamente, manteniendo una distancia prudente. El joven, que se presentó como Eldrin, no parecía querer nada a cambio de su ayuda. Algo en su presencia era inusualmente reconfortante, y por primera vez en mucho tiempo, la guerrera no sintió la necesidad de huir o esconderse.

Mientras Eldrin le explicaba que conocía las leyendas sobre ella y que simplemente había querido ayudar, La Sombra sintió un calor desconocido creciendo en su interior. Era una sensación extraña, como un fuego que se encendía en su pecho y se extendía por sus venas. Luchó contra ello, contra la vulnerabilidad que significaba permitirse sentir algo por alguien.

Pero Eldrin, con su presencia calmada y su respeto por su espacio, parecía entenderla sin necesidad de palabras. Y en un momento de silencio compartido, bajo la luz filtrada de la luna, La Sombra se permitió, por primera vez, no luchar contra ese fuego interno. Se dejó llevar por la sensación, permitiéndose sentir la compañía de otro ser humano sin miedo ni reservas.

La noche avanzó, y aunque La Sombra sabía que debía mantenerse alerta y sola, algo en ella había cambiado. Eldrin había encendido una chispa de humanidad que ella creía perdida. Y mientras se alejaba de él, sabía que Eldoria ya no era solo un reino para proteger, sino también un lugar donde, quizás, podría pertenecer.

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