El Desfiladero del Guardián (Parte 2)

Con el corazón aún latiendo con la adrenalina de la batalla, Aric y Theron guiaron a las mujeres a través del umbral que marcaba el límite de su santuario. Una vez dentro, el grupo se permitió un suspiro colectivo de alivio. Las mujeres, aunque exhaustas, compartieron su historia con los guerreros; venían de un viaje agotador, casi desde el otro extremo del mundo, huyendo de las fuerzas malignas que habían consumido todo a su paso.

“Somos las últimas”, confesaron con una mezcla de tristeza y resignación. “No hemos visto a nadie más en mucho tiempo”. Pero a pesar de la desoladora perspectiva de ser los únicos supervivientes, estaban agradecidas por haber encontrado un lugar seguro, un santuario en medio del caos.

Decididos a dejar atrás los horrores del mundo exterior, el grupo se dedicó a explorar cada rincón del desfiladero. Con el paso de los meses, la tensión y el miedo se disiparon, reemplazados por una sensación de seguridad que les permitía bajar la guardia.

Aric y Theron, junto con las mujeres, se entregaron a los placeres simples de la vida. Jugaban y se divertían en las aguas cristalinas del río, competían en carreras hasta la cima de las montañas y se retaban en juegos de estrategia al calor de la fogata. La risa volvió a resonar entre las paredes del desfiladero, un sonido que había estado ausente del mundo durante demasiado tiempo.

El santuario se convirtió en su hogar, un lugar donde podían ser libres y vivir sin preocupaciones, como adultos que habían dejado atrás las sombras de un pasado tormentoso. En la seguridad de su refugio, encontraron algo más valioso que la supervivencia: encontraron la alegría de vivir.

La noche había caído sobre el santuario, y el grupo se reunía alrededor de la fogata, cuyas llamas danzaban al ritmo de los susurros del viento. La paz y la relajación habían sido sus fieles compañeras durante meses, pero esa noche, algo había cambiado. Aric, uno de los guerreros, notó que Lia, una de las mujeres, estaba inusualmente callada y sumida en sus pensamientos.

Al principio, con timidez, preguntó a Lia sobre su silencio. Ella intentó desviar la conversación, pero la preocupación en los ojos de Aric y la insistencia del resto del grupo la llevaron a compartir su reflexión. “He estado pensando…”, comenzó Lia con voz vacilante, “si realmente somos los últimos en este planeta, entonces la humanidad no tiene futuro. Pero aquí estamos, en un lugar seguro… Tal vez deberíamos… deberíamos tener hijos para repoblar el planeta bajo la protección de este santuario.”

El grupo quedó en silencio, procesando las palabras de Lia. La propuesta los tomó por sorpresa, pero en el fondo, sabían que tenía razón. Theron, el otro guerrero, quien había sentido una atracción difícil de ocultar por dos de las mujeres, apoyó con vehemencia la idea. “Lia tiene razón”, dijo con firmeza. “Es nuestro deber considerar el futuro.”

Se desató un debate intenso, lleno de emociones y razones. Algunos temían perder la libertad que habían encontrado en el santuario, otros veían en la propuesta una chispa de esperanza para un nuevo comienzo. La discusión se prolongó hasta altas horas de la noche, sin llegar a una conclusión definitiva. “Quizá sí, pero ya veremos”, fue la frase con la que acordaron dejar el tema, sabiendo que el futuro era incierto, pero que las posibilidades estaban abiertas.

Y así, la historia continúa, con el destino de los últimos habitantes de la Tierra suspendido en el aire, como las chispas que se elevan desde la fogata hacia el cielo estrellado, buscando su lugar entre las constelaciones.

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