El Desfiladero del Guardián (Parte 1)

En un mundo desgarrado por la guerra y la desolación, dos guerreros, Aric y Theron, vagaban por las tierras arrasadas en busca de un refugio. La tierra, una vez fértil y llena de vida, ahora era un páramo estéril, consumido por una fuerza oscura y desconocida que dejaba tras de sí solo cenizas y desesperación.

Los guerreros, hermanos no de sangre sino de batalla, habían enfrentado innumerables peligros juntos. Pero esta vez, la amenaza era diferente; era como si la misma sombra los persiguiera, una presencia que no podían ver ni combatir. Con cada paso, sentían cómo sus perseguidores invisibles se acercaban, sus susurros malévolos llenando el aire con promesas de perdición.

Empujados al límite de sus fuerzas, Aric y Theron llegaron a un desfiladero montañoso, donde una cascada imponente se precipitaba desde alturas vertiginosas hasta un río caudaloso que cortaba el paisaje. El estruendo del agua era ensordecedor, pero en su rugido, los guerreros encontraron un momento de paz. La persecución, que había sido implacable hasta entonces, cesó de repente.

Mirando a su alrededor, buscando alguna señal de sus perseguidores, los guerreros se dieron cuenta de que algo en ese lugar sagrado los protegía. Era como si la cascada misma fuera un guardián, su manto de agua un escudo contra las fuerzas oscuras que los acosaban. Por primera vez en mucho tiempo, Aric y Theron se permitieron descansar, confiando en que el Desfiladero del Guardián los mantendría a salvo, al menos por un tiempo.

Mientras el sol comenzaba a ponerse, tiñendo el cielo de tonos de fuego y sangre, los guerreros se preparaban para la noche, sin saber que el verdadero origen de su salvación estaba a punto de revelarse.

Los días pasaron en el desfiladero, y Aric y Theron, aún perplejos por la calma que los rodeaba, se dedicaron a explorar el misterio de su santuario. La cascada, con su eterno fluir, parecía hablarles en un lenguaje que solo el viento y el agua comprendían. Pero no había respuestas, solo el eco de sus propias preguntas resonando contra las paredes de piedra.

Fue entonces cuando el silencio se rompió con un grito desgarrador que atravesó el aire como una flecha. Un grito femenino, agudo y lleno de terror. Los guerreros, armados con la prontitud que solo los veteranos de guerra poseen, se precipitaron hacia la fuente del alarido.

Al llegar al límite de su refugio, observaron, incrédulos, a un grupo de cinco mujeres jóvenes en una frenética carrera por sus vidas. Sus gritos eran llamadas de auxilio que se entrelazaban con el sonido de la lucha; sus perseguidores, apenas visibles en la distancia, eran sombras que se movían con una velocidad sobrenatural.

Sin dudarlo, Aric y Theron tomaron la decisión que definía su esencia: proteger a los inocentes. Descendieron raudos por el desfiladero, sus pasos guiados por la determinación y el coraje. La batalla que siguió fue feroz y despiadada. Cada golpe de los guerreros estaba cargado con la fuerza de la esperanza, cada parada era un desafío a la muerte que acechaba.

Finalmente, tras un combate que pareció durar una eternidad, los hermanos lograron abrir un camino hacia la seguridad del desfiladero para las mujeres. Una por una, cruzaron el umbral invisible que separaba el caos del mundo exterior de la paz del río de la vida. Y cuando la última de ellas pisó el suelo sagrado, las sombras que las perseguían se disiparon como si nunca hubieran existido.

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