Bajo la Cúpula de Vanterra. (Parte 1)

Había una vez un excentrico pero racional e inteligente millonario joven llamado Alexander Van Der Meer. Su mente inquieta y su fortuna ilimitada lo llevaron a un proyecto audaz: crear su propio país. Pero no en tierra firme, sino en medio del Atlántico Norte, sobre tres pequeñas islas formadas por placas de roca emergentes tras un evento geológico.

La primera isla, bautizada como “Avalon”, albergaba rascacielos imponentes. En sus niveles inferiores, todos los edificios contaban con búnkeres resistentes a bombas atómicas. La segunda isla, “Verdantia”, fue rellenada con millones de toneladas de tierra y convertida en un monte cubierto de un frondoso bosque. Allí, Alexander introdujo una variedad de animales para crear un ecosistema autosuficiente. La tercera isla, “Fortis”, albergaba un campo de entrenamiento militar y un inmenso edificio antinuclear que servía como cuartel del ejército. En cada planta de su rascacielos, se cultivaban alimentos y se criaban animales para consumo.

La indiferencia internacional hacia el proyecto de Alexander no lo detuvo. Contrató a los mejores cerebros y trabajadores de todo el mundo. Pronto, la población pasó de cero a 10 millones de habitantes, llenando los rascacielos de Avalon. Gracias a la mente brillante de los intelectuales, el país se volvió autosuficiente mediante desaladoras, turbinas hidráulicas, molinos de viento y paneles solares.

Las grandes potencias, enfrascadas en sus disputas, amenazaron al pequeño país. Alexander sabía que cuando una potencia emergente amenaza con superar a la gran potencia reinante, estalla la guerra. Así que creó una cuarta isla, oculta bajo enormes hangares, y desarrolló un programa espacial secreto. La tensión internacional llegó a su punto álgido, y estalló una brutal guerra mundial.

China, ansiosa por controlar el país emergente, rodeó las islas con su poderosa flota. Pero Alexander tenía un as bajo la manga: fábricas de drones inteligentes en los búnkeres. Miles de drones equipados con misiles y otros suicidas atacaron a la marina china, provocando su retirada.

Estados Unidos y Europa también codiciaban el país de Alexander. Pero él había desarrollado un arma espacial secreta: el “Martillo de Thor”. Un satélite lanzaba grandes bolas de metal compacto con precisión sobre la Tierra. Alexander probó el arma, lanzando cuatro bolas contra China.

El mundo quedó atónito ante la audacia del excéntrico millonario. Su país, ahora conocido como “Vanterra”, se convirtió en un faro de innovación y resistencia. Y así, en medio del Atlántico Norte, Alexander Van Der Meer cambió el curso de la historia.

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